COMPILACIÓN DE TEXTOS

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lunes, 23 de julio de 2012

LA PIEDRA Y EL PASTEL


Germán está sentado hace tanto tiempo en esa misma esquina, que tiene heridas en carne viva en el culo. Esa esquina era donde se reunían los pasteleros del barrio a fumar su pastita religiosamente, cada día a partir de las 6 de la tarde. A “soldar”, como ellos le llaman. A Germán le gusta sorprender a sus amigos con trucos de magia mientras fuman. También le gusta escuchar completos los discos de los Beatles en la cabina de internet. Los encuentra en Youtube y se pega con el álbum completo hasta que la gente de la cabina le pide cordialmente que se retire. No le cobran pero tampoco lo soportan mucho rato. Delira con la música, canta y se mueve descontroladamente generando temor por su pinta y su olor. Cuando era niño soñaba con tocar la guitarra pero nunca aprendió. Se enganchó con la pasta a los 11 y no para hasta el día de hoy. Tiene 33 años y se recursea limpiando lunas. Todo lo que gana lo gasta en pasta y trago, y guarda 20 centavos para engullir un par de panes que le sirven para no morir.
Ayer en la mañana mientras recorría el basurero municipal, Germán encontró una piedra muy extraña. Una piedra azul y transparente. Se sentó a mirarla por un periodo largo de tiempo. No porque le interesara demasiado, sino porque no podía pararse. Tirado en el suelo de tierra y basura completamente drogado tomaba la piedra entre sus dedos y no hacía más que penetrarla con la mirada. Antes de quedarse dormido observándola y cargando todo el dolor y el vacío de una bajada de pasta, la miró y le dijo: Tú tienes que salvarme. Eres una piedra mágica y has llegado para salvarme.
Al despertar todo seguía igual. El basurero, la tierra, su ropa hecha mierda y su angustia de siempre. Sin pasta y sin esperanzas Germán caminó hacia la nada como casi siempre. Al cruzar el terreno baldío grande y marrón pálido escuchó un grito de bebé desde atrás de un cerro de ladrillos. Cuando se acercó había una niña de meses envuelta en papel periódico, llorando y chillando como un animal salvaje. Tenía manchas de sangre y olor a ron. La tomó en sus brazos y la niña se calmó. Pensó en venderla para comprar pasta y arrancó a caminar. Eres una mierda. Vas a vender una niña, pensaba. Pero era más fuerte la ansiedad de 20 años fumando todos los días sin parar. Llegó a la casa de la Tía Luz. Una vieja que movía pasta y cloro en un callejón cercano. Le ofreció la niña por lo que tuviera para darle. La vieja atracó y se metió al cuarto para sacar la pasta. En el cuarto advierte a su esposo, un chino gordo enorme al que en el barrio llaman La Momia y vive tirado fumando en calzoncillos, tomando jarabe para la tos y viendo los programas del medio día. Tiene un gato que lo sigue a todas partes porque huele a anchoveta fresca. De dónde has sacado esa niña, grita La. No se había parado de la cama en días pero esto era una buena oportunidad. Lo agarró del cuello y lo tiró contra la pared. Es mi sobrina. No mientas pastelero hijo de puta. En el cuarto del fondo, Lacra,  el hijo de La Momia, buscaba su encendedor para prender un mixto.
¡Abrán carajo!  Se oyó a través de la puerta. La policía entró pateando la puerta. La piedra azul se le cayó a Germán del bolsillo sobre el gato, que saltó sobre el tombo, que disparó el arma sobre La Momia, que lo atacó con sus últimas fuerzas ayudado por la Tía Luz, cayendo los tres sobre el balón de gas, que disparó butano por toda la casa llenándola por completo hasta que por fin Lacra encontró el encendedor.