Germán está sentado hace tanto tiempo en esa misma esquina,
que tiene heridas en carne viva en el culo. Esa esquina era donde se reunían
los pasteleros del barrio a fumar su pastita religiosamente, cada día a partir
de las 6 de la tarde. A “soldar”, como ellos le llaman. A Germán le gusta
sorprender a sus amigos con trucos de magia mientras fuman. También le gusta
escuchar completos los discos de los Beatles en la cabina de internet. Los encuentra
en Youtube y se pega con el álbum completo hasta que la gente de la cabina le pide
cordialmente que se retire. No le cobran pero tampoco lo soportan mucho rato.
Delira con la música, canta y se mueve descontroladamente generando temor por
su pinta y su olor. Cuando era niño soñaba con tocar la guitarra pero nunca
aprendió. Se enganchó con la pasta a los 11 y no para hasta el día de hoy.
Tiene 33 años y se recursea limpiando lunas. Todo lo que gana lo gasta en pasta
y trago, y guarda 20 centavos para engullir un par de panes que le sirven para
no morir.
Ayer en la mañana mientras recorría el basurero
municipal, Germán encontró una piedra muy extraña. Una piedra azul y
transparente. Se sentó a mirarla por un periodo largo de tiempo. No porque le
interesara demasiado, sino porque no podía pararse. Tirado en el suelo de
tierra y basura completamente drogado tomaba la piedra entre sus dedos y no
hacía más que penetrarla con la mirada. Antes de quedarse dormido observándola
y cargando todo el dolor y el vacío de una bajada de pasta, la miró y le dijo:
Tú tienes que salvarme. Eres una piedra mágica y has llegado para salvarme.
Al despertar todo seguía igual. El basurero, la tierra,
su ropa hecha mierda y su angustia de siempre. Sin pasta y sin esperanzas
Germán caminó hacia la nada como casi siempre. Al cruzar el terreno baldío
grande y marrón pálido escuchó un grito de bebé desde atrás de un cerro de
ladrillos. Cuando se acercó había una niña de meses envuelta en papel
periódico, llorando y chillando como un animal salvaje. Tenía manchas de sangre
y olor a ron. La tomó en sus brazos y la niña se calmó. Pensó en venderla para
comprar pasta y arrancó a caminar. Eres una mierda. Vas a vender una niña,
pensaba. Pero era más fuerte la ansiedad de 20 años fumando todos los días sin
parar. Llegó a la casa de la Tía Luz. Una vieja que movía pasta y cloro en un
callejón cercano. Le ofreció la niña por lo que tuviera para darle. La vieja
atracó y se metió al cuarto para sacar la pasta. En el cuarto advierte a su
esposo, un chino gordo enorme al que en el barrio llaman La Momia y vive tirado
fumando en calzoncillos, tomando jarabe para la tos y viendo los programas del
medio día. Tiene un gato que lo sigue a todas partes porque huele a anchoveta
fresca. De dónde has sacado esa niña,
grita La. No se había parado de la cama en días pero esto era una buena
oportunidad. Lo agarró del cuello y lo tiró contra la pared. Es mi sobrina. No mientas pastelero hijo de
puta. En el cuarto del fondo, Lacra, el hijo de La Momia, buscaba su encendedor
para prender un mixto.
¡Abrán
carajo! Se oyó a través
de la puerta. La policía entró pateando la puerta. La piedra azul se le cayó a
Germán del bolsillo sobre el gato, que saltó sobre el tombo, que disparó el
arma sobre La Momia, que lo atacó con sus últimas fuerzas ayudado por la Tía
Luz, cayendo los tres sobre el balón de gas, que disparó butano por toda la
casa llenándola por completo hasta que por fin Lacra encontró el encendedor.